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Análisis: Los tiempos de la política “líquida”. 

Por Sebastián Dumont

Aún se acopian las incógnitas en la investigación que la justicia federal lleva adelante por el intento de matar a Cristina Kirchner la semana pasada. A medida que avanzan las pericias, declaraciones y se filtra el contenido de los teléfonos celulares, se agrandan las dudas. Hasta las recientes declaraciones de los familiares de Brenda Uliarte, la novia de Fernando Sabag Montiel, el brasileño que empuñó la Bersa calibre 32 con cinco balas en el cargador y ninguna en la recámara, con el supuesto objetivo de matar a la vicepresidente. Todo está en duda. O casi todo. Asoman más certezas desde el terreno de la política. El hecho amagó con convertirse en un llamador para acercar posiciones entre los diversos dirigentes de la Argentina. La ilusión, si es que algunos la tuvieron, se desvaneció en pocas horas. Primó la grieta como “negocio” político y, sobre todo, la apatía de una sociedad que se mueve entre descreída y desconfiada de todo lo que provenga por parte de quienes debieran representarla. 

Leonardo y Eduardo Uliarte son padre y tío de Brenda respectivamente.  Viven en un barrio humilde de San Miguel, muy cerca del Hospital Raúl Larcade y pegados a las vías del Ferrocarril San Martín, el último que abordó la joven antes de ser detenida. Ambos declararon ser fervientes admiradores de Cristina Kirchner. Si bien en el barrio tienen reparos por sus afirmaciones y dudan de su fanatismo K, hay un elemento que permite describir con exactitud por qué la vicepresidente sigue siendo taquillera en el conurbano bonaerense. 

De ese tipo de personas los hay a montones en el Gran Buenos Aires. Dispuestos a decir que “Cristina es como mi segunda madre”, o colgar un cartel con su figura en el techo de sus casas, aunque eso se convierta en una fuente de ingresos en tiempos de campaña. De hecho, ambos familiares de la joven sospechada reconocieron haber querido hacerlo en sus casas. Sus vecinos dicen otra cosa. Con algo de temor cuentan que el historial de ellos no es demasiado claro. E incluso van más allá. Aseguran haberlos escuchado ser muy críticos del gobierno K. Como sí sus declaraciones y ¿repentino? fanatismo formara parte de una estrategia. 

Al margen del particular, se torna interesante observar ese comportamiento que perdura en diversas capas sociales bonaerenses. El ataque a Cristina Kirchner, entre ellos, profundizó el lazo. Lo solidificó. La ubica a ella como la líder sin discusión en el oficialismo. El resto de la composición del Frente de Todos tiene liderazgos en escalas diversas. Allí se ubican desde Sergio Massa a los líderes de los movimientos sociales. El palco del acto en Plaza de Mayo el viernes pasado fue una demostración cabal de cómo se ordena el espacio gobernante. 

Por estas razones, los intendentes peronistas del Gran Buenos Aires se movilizaron y mostraron seguir siendo actores clave para sostener el poder de la calle. Donde se dirimen las diferencias en una Argentina donde las instituciones han caído en una profunda desconfianza. Si en algo ayudó el atentado a Cristina Kirchner  es a terminar con cualquier atisbo de intentar desalinearse de su figura para encarar el proceso electoral que viene. Clave sí, pero no definitivo para sostener el poder en los territorios. Para ello habrá que mirar mucho más en lo que genera Sergio Massa, que las adhesiones inconmovibles generadas por ella. Al menos, hay un paso menos para discutir. No asomarán, por el momento, intentos de independencia. 

Lo sucedido también es un desafío para Juntos por el Cambio. Su camino hacia el 2023 asomaba sin demasiadas malezas en el camino. Ya no. En principio por sus propias internas. Ahora porque el peronismo movilizado siempre es un rival a tener en cuenta. De todas maneras, ninguna de estas apreciaciones podría ser tomada como definitiva si las respuestas positivas no alcanzan a quienes definen una elección. Lo que podríamos llamar, cada vez más, la sociedad “liquida”. 

Así lo definió el sociólogo Zygmunt Bauman, fallecido a los 91 años, quien habló de “modernidad líquida, sociedad líquida o amor líquido para definir el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador”, describe en una muy buena crónica el diario catalán La Vanguardia. 

Pues cabe preguntarse si, aquello que era indiscutible como el matrimonio o el trabajo se ha vuelto más precario, por qué no pasaría lo mismo con las preferencias políticas electorales. Es allí donde el fenómeno argentino del peronismo abre un camino de interpelación. La razón de su permanencia más allá de las generaciones y ante, muchas veces, la demostración empírica de quienes lo dicen portar, haciendo todo lo contrario a la doctrina del creador del movimiento, Juan Perón. 

El ex jefe de Guardia de Hierro, Alejandro Alvarez ensayó una respuesta ante la misma duda de este cronista varios años atrás. “El peronismo se transmite en la generaciones porque forma parte de la memoria en el inconsciente del pueblo argentino”. Y lo ejemplificó como aquel niño que actúa ante determinados momentos de la misma manera que lo habían hecho sus hermanos sin haberlos visto antes. ¿Cuánto de la “sociedad líquida” puede llevarse puesto al peronismo? Preguntas aún sin respuestas palpables. Sólo en las elecciones se podrá tener una aproximación. 

El consultor Jaime Durán Barba sostuvo el domingo en su habitual columna del diario Perfil que una investigación sobre lo que piensan y sienten los argentinos muestra algo similar a lo que ocurre en otros países, cuatro de cinco ciudadanos están cansados de los políticos, los partidos, los congresistas, periodistas, curas y de todas las instituciones. Además, en Argentina, tras el episodio con Cristina Kirchner el resultado fue sorpresivo. En la conversación de la gente común, el juicio de vialidad, los incidentes en la recoleta no aparecen. Sólo son parte de las discusiones y de los embustes de los políticos, que no tienen que ver con los problemas de la gente, definió el ecuatoriano. 

Una semana después, las cosas no parecen haber cambiado mucho. La grieta están en el mismo lugar. Las posiciones irreconciliables siguen ahí. Por ello, cobra cada vez más relevancia lo que suceda en Estados Unidos con las gestiones que lleva adelante Sergio Massa, en principio, enmendando las consecuencias de una diplomacia errática con los organismo multilaterales de crédito de las gestiones de Alberto Fernández, Martín Guzmán y Gustavo Beliz. 

Es por ello que, en el final de esta nota, prevalece el título de nuestro envío de la semana pasada. Sigue allí vigente. Con Cristina no alcanza, sin el éxito de Sergio Massa no se puede. 

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