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Análisis: De abajo hacia arriba, se arma el 2023

Por Sebastián Dumont – Periodista

¨Cristina no va a ser candidata”, reafirma un barón del conurbano luego de escucharla el martes en Avellaneda. Si bien puede interpretarse que la Vicepresidente relativizó lo dicho tras conocerse la condena en la causa Vialidad, los jefes territoriales del peronismo bonaerense se preparan para jugar sin ella. Continúa el estado asambleario en el conurbano que se extiende en cónclaves de alcaldes de la primera y tercera sección electoral. El último fue con sindicalistas de la CGT que no pueden ser tildados de cristinistas. Son los mismos que en la última reunión con los gobernadores hablaron de la opción Sergio Massa. Se impone la lógica de conservar los terruños y, para eso, de ser posible enfocarse en “vender” las gestiones locales. 

La diferencia entre los gobernadores y los intendentes del conurbano, que gobiernan provincias en si mismas si del padrón electoral se habla, es que los primeros pueden definir la fecha de sus elecciones y los segundos no. Están atados a la determinación del gobernador de turno quien nunca, hasta ahora, se animó a desenganchar el calendario provincial del nacional. La reforma de la constitución del 94 convirtió a Buenos Aires en la tierra decisiva para cualquier candidato presidencial. Y sobre todo al Gran Buenos Aires. 

Sobre esa geografía se apoyó Eduardo Duhalde para armar su propio poder y soñar con la candidatura presidencial. Eran tiempos donde sobresalían la Liga Federal – referenciada en Alberto Pierri – y la Lipebo, cuyo máximo exponente era Osvaldo Mércuri. Uno presidía la Cámara de Diputados de la Nación y el otro la de la Provincia. Detrás de ellos se dividían los intendentes. Entre el año 1991 y el 1995 nacieron los Barones del Conurbano. Algunos aún conservan su poder. Son los casos de Alberto Descalzo en Ituzaingó, Alejandro Granados en Ezeiza y Julio Pereyra, quien sigue teniendo influencia en la política de Florencio Varela donde gobierna Andrés Watson. 

Ese dispositivo fue clave para que Néstor Kirchner fuera presidente. Y luego de encargó de capturarlo para sí, dejando pintado al gobernador de turno. Hasta el año 2005 hubo resistencia de barones que le respondían a Eduardo Duhalde, pero ya en el 2007 todos jugaron con la boleta de Cristina Kirchner. Ella nunca los consideró como parte de su propia tropa. Al contrario. Buscó de manera permanente ver la forma de atomizar su poder territorial. Pero, en el final del camino, las conveniencias mutuas los unían. Ella medía bien, y a los intendentes les servia ir juntos en la boleta. Fueron pocos los casos que habiendo desafiado esa lógica, lograron conservar sus distritos. 

Esa conveniencia mutua es la que está en crisis ahora. Sin Cristina con el poderío de antes, los barones requieren de fortalecer su poder local. Y apelarán a todas las maniobras posibles. De todas maneras, buscarán a quien pueda, aún en el escenario más complejo, garantizarles un piso electoral decente. Caído Alberto Fernández y Cristina, asoma Massa. Esa oración fue título de una nota en este mismo medio el 25 de agosto pasado. 

“La situación es muy compleja, tanto el gobierno como la oposición están sin agenda y sin mirada estratégica”, analiza un intendente del Gran Buenos Aires que forma parte del Frente de Todos. El desorden que observan hacia arriba, los obliga a guarnecerse hacia abajo. De todas maneras, no están en igualdad de condiciones los alcaldes. Los hay más afincados que otros. Con mayor margen para hacer “vecinalismo”. Cuando Cristina Kirchner pide que “tomen en bastón de mando” y salgan a hablar con la gente, se produce una dicotomía entre su pedido y la realidad de los barrios. Ella quiere que vayan a explicar que en la Argentina hay una mafia que se ha convertido en el poder verdadero de la que forman parte el Grupo Clarín, la Suprema Corte de Justicia y ciertos grupos empresarios. En cambio, los intendentes tienen que ir a explicar cómo van a resolver la inseguridad, que los precios no se sigan disparando y, si queda tiempo, contarles a sus vecinos que le van a asfaltar la calle. Dos agendas disgregadas. 

En uno de esos puntos, el de la economía, se entregan a la agenda de Sergio Massa. De su éxito o no, dependerá en gran parte las chances electorales del oficialismo. Y si no alcanza al menos para retener el gobierno nacional, pues debe ser suficiente para la provincia de Buenos Aires y los distritos. Algunos datos preocupan en la micro economía. El Indec acaba de dar a conocer que la venta en supermercados tuvo la peor caída en los últimos 17 meses. Básicamente, estos locales venden comida. Si el consumo de lo básico se enfría, es un problema muy potente para el oficialismo que sustentó, siempre, su política en promoverlo. En ocasiones, de manera muy peligrosa. 

Aunque se intente minimizarlo, el dólar está entre las preocupaciones, aún en los sectores más humildes. Para constatarlo alcanzaba con ir esta semana a las “cuevas” donde se armaban extensas filas y la demanda hizo que se frenaran las ventas. “La ecuación es 10 a 1, mientras entran 10 a comprar dólares, uno los trae para vender”, detalla un cambista informal.  

La seguridad es un ítems que los intendentes ya abordaron desde hace mucho tiempo. Si se rastrea bien, aparece allí otra vez Sergio Massa. Cuando era intendente de Tigre promovió, con mucho éxito, la incorporación de tecnología como las cámaras de vigilancia monitoreadas desde centros locales. Fue el germen del nacimiento del Frente Renovador. El espacio político de Sergio Massa vio la luz electoral basado en la agenda de los intendentes. La historia se empecina en repetirse. De lo local a lo nacional. 

El entusiasmo de Axel Kicillof para pedir por Cristina Kirchner encierra el temor de ser tentado o eyectado a una candidatura nacional. No quiere irse de la provincia a la que le tomó el gusto y cree que es más factible de ganar que la presidencia. En tanto, por las dudas, hace calentamiento pre competitivo Daniel Scioli. Durante la nochebuena se lo vio con su clásica campera naranja. El sueño de reeditar la ola naranja. Para volver a poner la mejilla y garantizar, al menos, una derrota digna. 

 

Cada uno de estos movimientos son seguidos de cerca por los intendentes. Ya no existe la lógica del poder de la década del ´90 con la liga federal y la Lipebo. Tampoco la omnipresencia de Néstor Kirchner en su vínculo directo con los jefes comunales y Julio De Vido como interlocutor destacado. Nota al pie de página: resultan muy interesantes las tertulias en puerto panal, Zárate, donde De Vido recibe a ex intendentes con frecuencia. Jugosas charlas sobre los tiempos que fueron y quizá no vuelvan. 

Cristina Kirchner nunca quizo conducir la liga de intendentes. Sólo los alienó por las encuestas y ante la amenaza velada de plantarles candidatos en sus distritos. Tampoco lo pudo hacer Alberto Fernández. El único que tiene ascendencia sobre sus pares es Martín Insaurralde. El jefe de gabinete no descarta ser candidato a gobernador. Algo que podría llamarse la liga “Lomense” en la que se referencian no sólo intendentes de la zona sur del conurbano, sino ya de la primera sección electoral.

Para los intendentes de Cambiemos la lógica es similar. Lo vivieron en 2019 cuando debieron afrontar la ola del Frente de Todos y pudieron sostener sus distritos en base a gestión local. Hoy creen que las condiciones serán más favorables. Pero hay una pregunta que sobrevuela con mucha inquietud a diferencia de otros tiempos. ¿Cuánto del divorcio marcado entre la sociedad y la dirigencia política impactará en los territorios? Es un interrogante complejo de resolver pero que marcará el futuro del poder bonaerense y, por ende, el nacional. 

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