Por Sebastián Dumont
Lunes al mediodía de la semana más calurosa que recuerde el mes de octubre en 60 años. La misma que concluirá este sábado 30 con una fecha marcada a fuego en el calendario futbolero mundial: el día que nació Diego Armando Maradona. Y en este 2021 hubiera cumplido 61 años. En el cementerio Jardín de Paz de Bella Vista el sol se hace sentir. Acaba de terminar la ceremonia de sepultura de mi abuela Elida, que peleó hasta los 95 años con una salud asombrosa que le permitió vencer el covid en dos oportunidades. Antes de emprender el regreso, se hace inevitable mirar hacia el horizonte y pensar. No puedo irme sin visitar la tumba de Diego. Allí voy.
El recuerdo de las imágenes del 26 de noviembre del año pasado cuando Maradona fue enterrado en ese mismo lugar después que aquella multitud lo despidió en la Casa de Gobierno y en el trayecto hasta su descanso final, me permiten ubicar la zona donde están los restos del más grande futbolista de todos los tiempos. Emprendo esa caminata esquivando las lápidas y buscando una referencia que nos lleve al sitio exacto. El silencio se hace oír y, al contrario de lo que uno podría haber imaginado tratándose de una figura de la magnitud de Maradona, no hay ninguna referencia que nos indique el camino exacto para llegar a su responso.
Avanzo sólo con la guía de la memoria de aquellas imágenes del dron que sobrevoló el día de su último adiós – luego me confesarían que intentaron bajarlo con piedras – me ayudan para localizar el sitio exacto. No es simple. Sobre la visita al lugar se había construido un mito que resultó ser justamente eso. Allí, Maradona, es uno más entre tantos. Y eso es lo impactante.
Los pasos parecían acercarnos al final del terreno cuando en la enésima vez que agachamos la cabeza, allí estaba. Junto a Doña Tota y Don Diego, “Chitoro”. “Diego Armando Maradona, gracias a la pelota, te amamos” reza el texto grabado en su lápida hasta la eternidad.
El solo hecho de posarnos unos minutos frente a su tumba, genera la atención de los empleados del lugar. Es en ese instante que nos enteramos de la única diferencia de ese sitio con el resto de quienes descansan allí. Una pequeña cámara apunta desde un árbol cercano y deja constancia de quienes se acercan. Nos piden que no fotografiemos. Ya es tarde. Imposible no dejar registro de ese pequeño mármol con el significado del infinito.
Es que esa imagen es la descripción más precisa del recorrido mismo en la vida de Diego en esta tierra. De la simpleza y humildad de Villa Fiorito, la conquista del mundo y el final con las mismas características que el comienzo. Allí descansa Maradona. En el casi anonimato. Quizá como le hubiera gustado muchas veces transitar su vida. No pudo. Ahora, lo está logrando. Me voy. La tarea está cumplida. Nunca viene mal refrescarnos que hasta el más popular de todos culmina de la misma forma que el resto de los mortales. Quizá Diego merecía otra cosa. La historia lo dirá. Feliz Cumple maestro. Y gracias otra vez.