Por Sebastián Dumont
Se ha puesto de moda, en virtud de recientes resultados electorales, el término “disruptivo” para definir y caracterizar a quienes, desde afuera de la politica convencional irrumpen en la escena provocando el efecto de algo nuevo. Según la Real Academia de la Lengua (RAE) la definición señala “simplemente a rotura o interrupción brusca, pero en el ámbito empresarial está muy ligado con la innovación. Ser disruptivo es la mejor vía para mantenerse en el tiempo frente a una actitud conservadora”. Es verdad que la politica, hace tiempo, ha tomado fisonomía empresarial. En muchos casos, su dinámica quedó en manos más de CEOS que de militantes de base. Y, más allá de la connotación que en la Argentina se vincula a una fuerza politica particular con esas maneras, lo cierto es que todas adoptaron formas más profesionales para llevar adelante sus planes. Aún aquellos que quieren mostrarse como improvisados.
El reciente desembarco de Javier Milei en el conurbano, con un acto político que no cubrió las expectativas que se habían generado en virtud de sus propios antecedentes, disparó una serie de situaciones a mirar y analizar. No sólo dentro de su propio esquema de armado territorial, sino también por parte de quienes desde la politica que él denomina “casta” habían empezado a tomar precauciones ante el crecimiento del libertario.
Si sólo se cierne a la actividad llevada adelante en Gerli, quizá pueda enmarcarse en una acción más ligada a los actos convencionales que a un acto disruptivo. Es verdad que con matices diferentes. Uno de ellos, la manera en que se hizo la convocatoria donde no se pagaron micros y se estructuró un aparato de movilización. Al contrario, desde distintos puntos del conurbano se organizaron grupos de libertarios que pusieron plata de su bolsillo para pagar el transporte. Visto desde esa óptica, la convocatoria puede encontrar su costado positivo. ¿Quién paga de sus bolsillos para ir a escuchar un político? En definitiva, Javier Milei ya lo es. Y allí radica su principal desafío. Como se expresa en el comienzo de la nota, “ser disruptivo es la mejor vía para mantenerse en el tiempo frente a una actitud conservadora”.
El acto, y la difusión de un par de encuestas que muestran leve ascenso en la imagen negativa del diputado Javier Milei deberán ser bien leídas. Por él y por quienes creen que su irrupción puede ser efímera. Desde estas líneas, se advierte desde hace tiempo la preocupación que han mostrado varios jefes territoriales por el crecimiento en las consideraciones de sus vecinos de Milei. De allí que varios de ellos ya se reunieron con operadores libertarios para medir los alcances del daño que a sus votantes esto podría significar.
Pero cuidado, que Milei y su gente deban revisar su fuego amigo no cambia las cosas de fondo. La gente sigue tan o más enojada con la política como antes. Entusiasmarse con un traspié sería de un mayúsculo error para quienes hasta ahora no habían encontrado la manera de neutralizar un movimiento creciente de la bronca actual por la falta de respuestas que la mayoría de los dirigentes no le entrega a sus representados. Aquí otro de los desafíos para Javier Milei y todos aquellos que pretendan ser “disruptivos”. Una cosa es canalizar el enojo – que puede ser por momentos – y otra más compleja es regenerar exceptivas, confianza. En definitiva, esperanza. En el horizonte del mapa actual, no se observa quién lo podría lograr. Por lo menos con claridad.
La escena política argentina es dominada, desde al menos el 2011, por Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Y, aún devaluados ambos, sigue siendo así. No han sabido/podido reemplazar sus liderazgos en cada una de las fuerzas políticas. Ninguno de los dos representa ni el cambio ni lo nuevo. Alguna vez, lo fue Macri y le sirvió para ganar las elecciones de 2015 pero lo dilapidó. Ahora se ilusiona que el fracaso de quienes lo sucedieron pueda ser su vehículo para reinstalarse como candidato. En un país cuya memoria suele ser frágil, la asunción de Daniel Scioli como Ministro de la Producción ya es tomada como un nuevo impulso para sortear la frustración de haber quedado en la puerta de la presidencia.
Pero, en definitiva, los movimientos de Scioli, como del propio Sergio Massa, quien se puso al hombro la agenda de la clase media con los alivios fiscales o las expresiones sobre la pelea contra la inflación, buscarán al final del camino, contar con el visto bueno de Cristina. Pasa lo mismo en Juntos por el Cambio. Con Macri no pareciera alcanzar, sin él no se puede.
Los ejemplos de las elecciones regionales no deberían ser subestimados. El domingo en Colombia puede ser presidente Rodolfo Hernández, un candidato de 77 años que basó su campaña en mostrarse como distinto a la politica tradicional, aunque fue alcalde, y rechazó las formas tradicionales de campaña, como ir a debates. En Chile, ya había sucedido algo similar.
En la Argentina, un gran sector de la clase política sostiene que, todas las opciones que pretenden ser “disruptivas” se licuarán porque, llegado el momento, la población optará experimentados ante la crisis que se deberá enfrentar. En definitiva, están convencidos que representan desde sus lugares a una sociedad conservadora. Conclusiones peligrosas a esta altura del siglo XXI. Típicas de la creciente brecha entre lo que sucede y lo que ven.
Sin ir más lejos, consultados dirigentes de distintos distritos que trabajan cerca de los intendentes de su comuna aparecen tres denominadores comunes para este momento que ellos observan: aumento del delito, apatía con la política y, llamativamente, sectores de la economía que requieren empleados pero no los consiguen.
En los municipios, los intendentes están convencidos que serán los resultados de sus propias gestiones los que permitan afrontar con posibilidades la continuidad en 2023 más allá de la coyuntura nacional. Es más, ya no tan por lo bajo, en el oficialismo reconocen que será difícil sostener por este camino la presidencia de la Nación, y centran sus miradas en la provincia de Buenos Aires. Al revés de lo que sucede en Juntos por el Cambio. De todas maneras, nadie hoy está en condiciones de aseverar cómo evolucionará la dinámica de una crisis con la inflación volando al 70 por ciento. En definitiva, a esta altura del año previo los electorales, los escenarios imaginados y especulados, volaron por el aire. Una muestra más que, hasta en eso, es difícil encontrar la disrupción. Y vuelve a aparecer, con fuerza, el conservadurismo.