Por Sebastián Dumont
Cristina y la Justicia, Kicillof, Máximo y Massa, al final de camino, siempre la provincia de Buenos Aires.
Al final del camino, siempre está la provincia de Buenos Aires. La agitación por estas horas consecuencia del pedido que hizo la fiscalía en el juicio “vialidad” para que Cristina Kirchner sea condenada a 12 años de prisión, la devolvió a una centralidad que nunca perdió pero que, desde la asunción de Sergio Massa como Ministro de Economía, la tenia en segundo plano. La respuesta “militante” bajo el lema “si la tocan a Cristina que quilombo se va a armar” clausura, por ahora, las internas que subsisten tras bambalinas en el oficialismo y activan como principal objetivo electoral a futuro la conservación del territorio bonaerense. Hace tiempo que el “cristinismo” es, esencialmente, una fuerza política provincial y sobre todo del conurbano. Vuelve a quedar demostrado. Algunas historias detrás de este momento son muy interesantes.
El mensaje de la vicepresidente desde su despacho en el senado fue, centralmente, tirar del mantel. Y que se caiga o lleve puesto todo lo que este sobre la mesa. La referencia a su difunto marido y el acuerdo con el grupo Clarín para la fusión de Cablevisión y Multicanal, – dos días antes del terminar el mandato Néstor Kirchner y con la firma de Guillermo Moreno, más la anexión posterior de Telecom (ella erróneamente dijo telefónica) fue una manera de decir: no organices nada de lo que se me acusa, fui heredera. Se apilan toneladas – ahora que el término se puso de moda – de historias detrás de la acción de la Doctora Fernández luego de la muerte de su marido para, supuestamente, reconstruir el sistema “recaudatorio” que fue saliendo a la luz.
La reparación de una épica está en los genes del kirchnerismo. El nuevo capítulo es “van por el peronismo”, no por ella. Y se piensa en el 17 de octubre como fecha para reeditar una movilización popular en la fecha que dio nacimiento al movimiento peronista. Hoy quizá el objetivo sea diametralmente opuesto. No es para que nazca nada sino para que no termine de morir un espacio político que transita por su momento más complejo. Tiene que gobernar sin plata. Repartir escasez. Hasta ahora, una experiencia inédita para quienes se definen como seguidores de la creación de Juan Perón. Los tiempos son diferentes. Demasiado distintos para emular epopeyas donde, a solo un click, hasta el más desprevenido tiene acceso a, otra vez, “toneladas” de información.
Si hablamos de toneladas, muchas de tinta se han utilizado para describir una matriz que expuso como novedosa Cristina Kirchner el martes. La relación entre ex funcionarios K con empresarios muy ligados a Mauricio Macri. En el centro de la escena el proyecto nunca concretado del soterramiento del tren sarmiento. El intercambio de mensajes entre José López y Nicolas Caputo no sorprende. Como tampoco lo haría los lazos con Julio De Vido. Otros nombres se podrían sumar a la lista, entre ellos Angelo Calcaterra, primo de Macri y por entonces dueño de la constructora IECSA que vendió a Marcelo Midlin cuando Mauricio Macri llegó a la presidencia. Si hasta detrás del traspaso del subte a la ciudad de Buenos Aires por aquellos tiempo forma parte de este entramado de relaciones. ¿Eso la exculpa a Cristina? No. Pero ella da una clase práctica del funcionamiento de “la casta”. Música para los oídos de Javier Milei.
José López, aquel tucumano Secretario de Obras Públicas famoso por revolear los bolsos con dólares en el convento de General Rodríguez había adoptado la zona norte del conurbano como su lugar en el mundo. No es casualidad la mención del empresario Eduardo Gutierrez, dueño del grupo Farallón que nació a la vida comercial con sus primeros contratos en el distrito de Pilar. El municipio que hoy gobierna Federico de Achaval, hijo del socio de Cristobal López, acopia demasiados lazos con López y compañía. Lo mismo que en Escobar, donde el ex funcionario se acercaba a un complejo deportivo que le adjudicaban. En barrios privados de esos distritos se acumularían varias propiedades atribuidas a Lázaro Báez. Y aún persiste el misterio de lo que se conoce como el “elefante blanco”, una construcción imponente a medio terminar que se levanta a la vera de la panamericana, en el ramal Pilar, a metros del Hotel Sheraton cuya pata local se la vincula al empresario Gustavo Cinosi, de excelente relación con Luis Almagro y puerta de ingreso para que diversos dirigentes llegaran al despacho del titular de la OEA, denostado por Alberto Fernández. Como se ve, la telaraña del poder se expande. Quizá no sólo Cristina Kirchner debería sentirse “una boluda”.
Punto para este recorrido histórico que ayuda a entender parte del presente pero no lo soluciona. La explosión de la ex presidente aceleró otros movimientos en la política bonaerense. Uno de ellos es la convocatoria para este jueves al PJ que conduce Máximo Kirchner. Era una petición de los intendentes antes de avanzar en la organización de una marcha en apoyo a “la democracia y contra el avance de la derecha”, tal cual lo definió la senadora Juliana Di Tullio, quien se inició en la militancia en el distrito de Morón.
Los jefes comunales, que salieron – con algunas excepción – a apoyar a CFK, buscan reunirse con ella y su hijo. Lo primero aún no lo consiguieron, lo segundo, al parecer, sí. No es menor. Habían empezado a observar un distanciamiento de Máximo Kirchner del día a día provincial. Lo notaban distante. Quizás se relacione con la imposibilidad de poder cumplir acuerdos que lo depositaron en la cúpula partidaria para la que tuvo que sortear resistencias políticas y legales (aún hay un reclamo pendiente de la presentación de hizo Fernando Gray). Para entender el juego del Frente de Todos en Buenos Aires hay que seguir una premisa: cuando se aleja Máximo, crece Axel Kicillof.
El gobernador se siente, otra vez, fortalecido internamente. Siempre ha respondido a Cristina Kirchner y nadie más. La relación tuvo altos y bajos. Pero ahora, Axel Kicillof está convencido que podrá buscar su reelección con menos discusión interna que antes. Dilata decisiones. No concede todo lo que le piden los intendentes. Acaba de tomarle juramento al sindicalista del gremio de Curtidores, Walter Correa como Ministro de Trabajo. Correa es Cristina Kirchner antes que la CGT. Es de Moreno, donde gobierna Mariel Fernández, la primera intendente que alumbró el Movimiento Evita.
En casi tres años, Axel Kicillof transita un camino similar al de María Eugenia Vidal. Ambos llegaron al sillón de Dardo Rocha con la idea de cambiar el sistema político bonaerense. Ambos terminaron mimetizados con una matriz que decían venir a modificar. De hacer visible al gobernador a convertirlo en invisible. Como Daniel Scioli. Con el único objetivo que paguen los costos el presidente o los intendentes. No el gobernador. Donde no asoma con demasiada claridad es en el supuesto rol de comisario económico de Sergio Massa como le han atribuido. Se sabe que dialoga, pero las señales son contrarias. La llegada al gabinete económico de Gabriel Rubinstein es una de ellas. Apenas fue anunciado, el economista borró sus tuits críticos para con la vicepresidente, pero no aquellos donde se dirigía a Kicillof.
A Sergio Massa, el cambio de agenda pública, lo favorece. Mientras las miradas apuntan a Cristina, el ministro teje acuerdos y avanza en medidas para llegar preparado a la próxima reunión con el Fondo Monetario Internacional. De su éxito, o para ser más sencillos, de su no fracaso depende gran parte de la continuidad electoral del Frente de Todos. Massa tiene consigo los temas más sensibles que mueven hoy el humor popular.
Mientras tanto, la verdadera grieta, que separa a la política con la sociedad civil, se sigue profundizando. Y sorprende la sinceridad de ciertos actores en reconocerla. Días atrás, el líder del movimiento Evita, Emilio Pérsico en una entrevista con Alejandro Fantino ante la pregunta a qué clase social pertenecía, respondió a la “clase política”. En tiempo de alboroto judicial, a confesión de partes, relevo de pruebas.