Por Sebastián Dumont- Periodista
En tan sólo siete días y desde el conurbano, Alberto Fernández lanzó dos consignas muy relevantes, aunque difíciles de pronosticar su éxito: su reelección y la guerra a la inflación. Ambas están indefectiblemente atadas. Ni el más optimista de los terrestres podría soñar con reelegir teniendo los niveles de aumentos de precios que rigen en la Argentina. Y mucho menos si los aumentos se dan con más fuerza en las zonas geográficas del país donde, hasta aquí, asentó su mayor apoyo el Frente de Todos y es el Gran Buenos Aires. Lo expresó con mucha claridad Sergio Massa tras destrabar la compleja aprobación del acuerdo con el FMI en la Cámara Baja. “Si no logramos resolver la inflación, habremos fracasado”, arrojó en las mismo momento que recibía elogios del gobernador y presidente de la UCR Gerardo Morales.
Las heridas internas expuestas en la trabajosa gestión para autorizar a Fernández a refinanciar la deuda con el Fondo elevan, más que nunca, la posibilidad de estar ante un cambio en la morfología de las coaliciones políticas mayoritarias. Todo esto ya fue advertido en varias oportunidades a nuestros lectores. El 8 de diciembre pasado, en El Embudo se publicó lo siguiente: “El jefe de Estado (Alberto Fernández) encontró en la derrota la posibilidad de desempolvar el nacimiento de su propio liderazgo. Por ahora, a medias. No quiere y no puede prescindir de la decisión política sobre la coalición que ejerce Cristina Kirchner. Incluso en la determinación más importante que moldeará el futuro del actual gobierno y del Frente de Todos que es el acuerdo o no con el Fondo Monetario Internacional”.
Pues bien, ese momento ha llegado. El primer paso lo dio en enero Máximo Kirchner con su renuncia a presidir el bloque oficialista y su posterior voto en contra. Y ese fue el comienzo de la nueva fisonomía del Frente de Todos, que quizá ya no pueda incluir, justamente, a todos. Es cierto también que, los deseos de los más extremistas, tantos cerca de CFK como de Alberto Fernández, difícilmente se cumplan. “La relación está rota, pero la sangre no llegará al río” advierte un experimentado dirigente bonaerense que conoce y habla con ambos.
El presidente parece sentirse cómodo en las tribunas que le garantizan los intendentes con capacidad de movilizar. Allí se envalentona. Aunque difícilmente el clima de esos actos sea la razón central para decir lo que dice y lo convierten en “meme”. La “guerra” a la inflación fue lo más reciente. Inoportuno por donde se lo analice. El escenario para ese pronunciamiento bélico fue en Malvinas Argentinas. El distrito es gobernado hoy por Noelia Correa, quien sustituyó a Leonardo Nardini, actual ministro de Obras e Infraestructura de la Provincia de Buenos Aires. Y Fernández no desconoció la influencia del senador Luis Vivona en el esquema de poder del distrito. A él se refirió como “su amigo” y uno de los primeros en confiar en Néstor Kirchner. La semana pasada elogió a Mario Ishii que le preparó un acto masivo en la previa de la discusión en el congreso. Desde allí el presidente lanzó la idea de un segundo mandato e Ishii la de llamar “traidores” a quienes desde el oficialismo no aprobaran el acuerdo con el FMI.
¿En qué lugar se posa Axel Kicillof dentro de este contexto? Sentado al lado de Fernández buscó mostrarse solidario y presto a ayudar en lo que viene. Sin embargo, en las cercanías del presidente dicen otras cosas. Hay molestia porque a la hora de la votación habría dejado hacer y cuando lo consultaron diputados que habían sido llamados por Cristina Kirchner les dijo: “hagan lo que ella les pide”. Interesante será observar los movimientos que vienen. Le adjudican a Alberto Fernández una cuota importante de “perversidad” a la hora de sonreír ante sus interlocutores y después hacer todo lo contrario. La provincia de Buenos Aires respira, en gran parte, por el oxigeno que llega desde el Gobierno Nacional. Y en este tiempo, llegó el vital elemento como nunca antes.
Tanto Cristina Kirchner como Alberto Fernández coinciden en algo. Cualquiera sea su idea hacia el futuro que difícilmente los vuelva a mostrar juntos electoralmente, no pueden prescindir de los Intendentes del conurbano y sus territorios. No hay tiempo para experimentos extraños de plantar candidatos. Mucho menos cuando las encuestas, como la reciente y muy comentada de la consultora CB, arrojó que todos los jefes comunales a excepción de dos, tienen más imagen positiva que negativa. Este dato es muy importante. Es la corroboración de varios aspectos. Por un lado, más allá del color político al que pertenezcan, los alcaldes sobreviven a la caída de la imagen del presidente y el gobernador. Por ahora, sus vecinos no los asocian a los males que mayor irritación generan. Y, por otra parte, pone en discusión la teoría que demoniza a los “barones”. No es lineal que a mayor tiempo de perpetuidad en el gobierno sea más elevada la imagen negativa.
No en vano, Alberto Fernández se tomó su tiempo para quedarse a almorzar en Malvinas Argentinas con la intendente Noelia Correa, el ministro Leonardo Nardini y el senador Luis Vivona. En la encuesta referida, la jefa comunal aparece en cuarto lugar entre los más valorados, detrás de Gustavo Posse (San Isidro), Alejandro Granados (Ezeiza) y Jaime Méndez (San Miguel). Al menos en este aspecto el presidente se da una política. Algo que le criticaban a Daniel Scioli por tocar e irse de los distritos y en cierta forma también a Axel Kicillof. Un homenaje al diputado Emilio Monzó en la reivindicación de la rosca.
Sergio Massa, que volvió a reunirse con Máximo Kirchner el martes por la noche, reconoció que su antecesor en el cargo fue uno de los tantos dirigentes opositores que prestaron colaboración para que el país no entrara en default. Massa sacó a relucir sus vínculos políticos para ser un facilitador de Fernández, pero además para dejar en claro que hay una generación politica que piensa en otra cosa. Entienden que se puede reeditar un espacio cuya principal bandera sea la racionalidad política. Ya lo intentaron en 2015 y no descartan que haya que desempolvarlo ahora. Por tal razón, hoy más que nunca se asiste a la lenta mutación de las coaliciones políticas. Con final aún incierto.