Por Sebastián Dumont
Falta mucho. Demasiado. Pero no debería causar ninguna sorpresa la expresión del presidente Alberto Fernández sobre su propia reelección. Aunque sea prematuro e inédito en función del recorrido hasta aquí, el jefe de Estado hace tiempo que aplica a sus interlocutores las mismas palabras: “Si a mi me va mal, no habrá posibilidades para ninguno, y si me va bien, ¿Por qué no me presentaría otra vez? La discusión es cuáles son los parámetros para establecer qué es irle bien al Presidente. ¿Se refiere a la gestión? Es probable, pero ya no alcanza con mostrar eficiencia. La clase política se ha deslucido tanto en estos años que la apatía llega incluso a los buenos gestores. Se requiere de algo más que eso, como plasmar con claridad hacia dónde se pretende ir y regenerar la idea que el futuro será mejor que el presente y, obviamente, que el pasado. Esa es la mayor dificultad por la que atraviesan la mayoría de los dirigentes argentinos.
Alberto Fernández se siente empoderado aún en la derrota. Y lo trasmite en cada oportunidad que tiene. Hace unas horas, en una reunión ante Daniel Filmus, Agustín Rossi, la Ministra de Gobierno bonaerense Cristina Alvarez Rodriguez, diputados y concejales bonaerenses volvió a dejar la sensación que la tirantez con Cristina Kirchner está latente, pero además habló de renovar el discurso para recuperar el voto de la clase media. Reiteró su idea de definir las candidaturas en las primarias y ya sin el dedo de nadie. Está claro que la recuperación del apoyo de los sectores de centro en la sociedad se establece con hechos y no palabras. Hasta ahora esa agenda siempre estuvo centrada en las propuestas de Sergio Massa desde la Cámara de Diputados. El presidente declama la necesidad de volver a las fuentes por las cuales lo eligieron para ese cargo.
Para su sueño reeleccionista, Fernández vuelve a apoyarse en los dos intendentes, que hoy ocupan ministerios: Gabriel Katopodis (Obras públicas) y Juanchi Zabaleta (Desarrollo Social). De allí que la incorporación de los alcaldes al gobierno nacional o provincial no sólo es cuestión de encontrar el atajo de la ley vigente sobre las reelecciones, sino en función de expandir la tropa propia. También cuenta con el despliegue territorial del movimiento Evita, la nada despreciable pyme construida desde las necesidades más urgentes potenciadas tras la crisis del 2001. El 5 de agosto pasado, se escribió en este mismo espacio “La peligrosa tentación de subestimar a Alberto Fernández” como una descripción de todos los instrumentos con los cuales contaría el Jefe de Estado para llevar adelante su sueño de continuidad. El tiempo dirá.
En el árbol de navidad de la política bonaerense hay un pedido que se repite en 95 municipios: la reelección para todos aquellos intendentes que hoy transitan su segundo mandato. La salida judicial a ese encierro recibió este miércoles un mala noticia al conocerse que la fiscalía de Estado bonaerense apeló la decisión de un juez de San Martín quien aceptó una medida cautelar presentada por la concejal de Malvinas Argentinas Carina Pavón.
Está previsto que el martes 28 haya una extensa sesión en la legislatura bonaerense donde se tratará el presupuesto, la nueva ley de ministerios, la designación de funcionarios en cargos clave como el Tribunal de Cuentas – Kicillof propone a Federico Thea – las sillas vigentes y las que faltan completar en el directorio del Banco Provincia. También está en discusión quién ocupará la presidencia del Grupo Bapro, cargo que le fuera ofrecido a un intendente del Gran Buenos Aires. Atribuyen a Kicillof haber dicho que la última palabra para resolver esos cargos, pero sobre todo su fisonomía y alcance, la tiene Cristina Kirchner. “Hablen con ella, si les da el ok yo no tengo problemas”, habría salido de la boca del mandatario provincial que ha visto menguar su poder propio en la conformación del gobierno. Aún ante este panorama, Kicillof sueña con ir por un nuevo mandato. No ha recibido buenas señales.
Máximo Kirchner asumió en el PJ bonaerense cargado de elogios sobre sus virtudes personales para tratar de dejar en claro que no ha llegado hasta allí por ser hijo de Néstor y Cristina. Aquí podría aplicarse el viejo dicho popular que reza: “Dime lo que declamas y te diré de lo que careces”. Horas más tarde, a modo de contestación sobre las ilusiones reeleccionistas de Alberto Fernández, el Ministro del Interior dijo que La Cámpora tendrá un candidato a presidente pero que no serán ni él ni Máximo. Entonces ¿Quién? Por un momento, Kicillof habrá pensado aliviado: “Yo nunca fui de La Cámpora”. La señal es contundente. El presidente del bloque del Frente de Todos piensa en la Provincia de Buenos Aires para el 2023. No es el único que tiene ese mismo deseo en el elenco bonaerense.
La última reunión de legisladores del año será muy interesante por todo lo descripto, pero además porque forma parte de las negociaciones aprobar el proyecto que le pone fin al límite de las reelecciones para los alcaldes. Por estas horas, se sacan cuentas en todos los sectores. Incluso los del Juntos por el Cambio. “Se vota todo”, afirma un legislador opositor que asumió el 10 de diciembre pasado. De ser así, Papá Noel llegaría con su regalo unos días atrasado. Pero todos celebrarán. O casi todos.
Como se ve, la agenda politica profundiza su divorcio de las preocupaciones cotidianas que laceran a un país con 50 por ciento de inflación, el banco Central con reservas en rojo, el 45 por ciento de pobreza y casi 7 de cada 10 chicos pobres, que a esta altura debería ser “el tema” urgente de todos los sectores con poder. Pero como suele apuntar un fino observador de las alternativas cotidianas y que lidia con los dirigentes desde hace mucho tiempo, el problema se amplía cuando los objetivos de ocupar los cargos tiene como principal meta la económica. La de los negocios. Para ellos. Es ahí, donde comienza a morir la política.