Por Sebastián Dumont
El Area Metropolitana de Buenos Aires marca el ritmo del país. La explosión de contagios de coronavirus en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano obliga a tomar determinaciones antipáticas de restricción para la circulación y actividades que volverán a ver golpeadas sus economías. Un año después del inicio de la pandemia en la Argentina todo ha empeorado. No sólo se trata de una cuestión del crecimiento de la famosa curva, sino de las condiciones objetivas para avanzar en medidas cuyo plafón político para tomarlas está seriamente lesionado. En distritos del conurbano, los intendentes muestran preocupación por lo que podría ser el nivel de acatamiento y, los más pesimistas, no descartan desobediencia civil.
Ya nada es lo que era. La imagen de Alberto Fernández trepó a niveles récords hace un año atrás, hoy mes a mes no para de bajar. La foto del presidente, el gobernador bonaerense y el jefe de gobierno que alentaba a imaginar un país con convivencia y sentido común, está hecha añicos. Las desconfianza se ha instalado y ni siquiera se pueden poner de acuerdo en el horario de limite de la circulación. La llegada de la segunda ola viene acompañada del arribo del año electoral. No es menor en el tablero de un país donde todo tiende a ser blanco o negro. No hay grises. Los halcones y palomas no son propiedad sólo de un espacio político. Se ha instalado en la sociedad con mucha claridad. No se escuchan los argumentos de quién está parado en otra vereda política. Se los descalifica solo por el sitio en donde se ubica. Lo importante es gritar y tener razón. Nada más.
Un año atrás, la coalición de gobierno tenía otra dinámica. O, al menos, eso parecía. Alberto Fernández oficiaba como el capitán al mando del timón y la figura de Cristina Kirchner no era parte de los análisis diarios. No era frecuente la pregunta de estos tiempos: ¿Quién manda? ¿Quién conduce? ¿Gobierna Alberto o Cristina? . Hoy ya no quedan dudas tampoco. Se les da la razón a los agoreros que desconfiaban del origen poco habitual de la fórmula presidencial.
El politólogo Federico Zapata escribió en la revista Panamá, “todo gobierno de coaliciones supone un ejercicio colectivo en torno a tres dinámicas: la configuración de un equilibrio de poder entre los actores de la coalición (quienes gobiernan), la definición de una agenda común (para qué gobiernan) y la generación de un mecanismo organizativo eficiente y eficaz de cara a las tareas gubernamentales (cómo gobiernan). El Frente de Todos aún no logrado resolver ninguna de las tres dinámicas. El problema tiende a invisibilizarse y al mismo tiempo agudizarse”. Es notoria la diferencia de esa descripción tan certera en los últimos doce meses. Tanto en el gobierno como en la coalición de Juntos por el Cambio.
Sobran los ejemplos para explicar este momento. La discusión por las medidas a tomar en esta nueva etapa de la pandemia opera sobre criterios distintos dentro del propio gobierno. La agenda económica tensiona este momento donde el Ministro Martín Guzman no quiere saber nada con aumentar el gasto público y, por otro lado, no descartan otra vez ayuda estatal para los sectores que vuelvan a ser golpeados. “Hay un rebote de baja calidad”, sostiene un importante economista que tiene linea directa con Alberto Fernández, Sergio Massa y el Instituto Patria. Se refiere a que el crecimiento que habrá este año llegara con muchos condicionantes. Y con el dato de no tener que afrontar grandes pagos de deuda. Otra vez salud o economía. Como hace un año. Aunque peor.
Sobrevuela en la provincia y en los municipios que, al final del camino, las nuevas medidas y su costo de aplicación quedarán supeditadas a lo que cada intendente o gobernador sea capaz o quiera hacer. Esa es la sensación mayoritaria que se llevaron los alcaldes bonaerenses al haber participado de un encuentro virtual extenso con el gobierno provincial. Los intendentes oficialistas se mostraron en linea con la idea de ir a un esquema de mayores restricciones. De igual forma sobrevoló el efecto cascada: la provincia espera la decisión de la Nación y las comunas la de ambas. Al final del camino el control del cumplimento quedará en los jefes territoriales. “El último que apague la luz”, gráfico uno de los asistentes al encuentro virtual.
El tema es sensible para los intendentes que administran recursos sanitarios con más responsabilidad directa que recursos. El agotamiento de las camas disponibles es una constante que alertó Ariel Sujarchuk desde Escobar. A diferencia del año pasado, si bien se amplió la oferta de camas, el relajamiento hizo que muchas de ellas se destinaran para otras patologías. Lo mismo pasa con el sector privado donde existe una fuerte tensión. Encontrar una cama covid en las clínicas se vuelve una odisea. Allí cuentan que es la consecuencia de no haber actualizado los valores a los prestadores a partir de los aumentos que no llegaron. Hoy una clínica factura con prestaciones de otra índole y suelen rechazar a quienes son enviados desde una cobertura privada por Covid. Dicha situación provoca una mayor tensión en el sector público. Sumado al cansancio lógico de los trabajadores de salud con sueldos, muchas veces, por debajo de la pobreza. Como hace un año, pero peor.
El índice de pobreza en el conurbano alcanza a la mitad de sus habitantes. Es donde el oficialismo asienta sus mayores adhesiones. Lo peligroso para su electorado no está en quienes desde la pobreza reciben alguna asistencia estatal que en ciertos casos les permite embolsar mensualmente un ingreso mayor de quién trabaja en relación de dependencia. Hay que mirar de cerca a quienes, desde la clase media cayeron bajo esa línea. La frustración de ya no ser juega un rol aún peor que la expectativa de llegar a serlo. En los intereses de la colación gobernante, Sergio Massa es quien le habla a ellos con leyes como la de ganancias que se suma ahora también para las empresas.
Son miles de historias las que se apilan para entender el caldo social que se vive en el gran Buenos Aires. Roberto tenía una empresa de transporte para personas especiales, la pandemia lo dejó sin trabajo y endeudado como a tantos otros. Decidió reinventarse en un puesto móvil de comidas que traslada de un distrito a otro. Embargado está obligado a trabajar en negro para subsistir y desafía: “que no me vengan a pedir un solo papel porque los saco a patadas”. Y lanza una pregunta incómoda: ¿Cuántos de los nuevos pobres son políticos? La respuesta es obvia.